dimarts, 12 de febrer del 2013

Muñoz Molina no es Miller



  El 10 de febrero 2005 fallecía el dramaturgo y guionista Arthur Miller. Además de por su extensa obra literaria y teatral, el escritor judío norteamericano destacó por su lucha a favor de la igualdad, la libertad y la justicia. En los años 50, sufrió las persecuciones del Macartismo después de ser acusado de tener vínculos con el comunismo. Más tarde, fue uno de los artistas que se opusieron abiertamente a la Guerra de Vietnam. Autor de obras consagradas como Las brujas de Salem, Muerte de un viajante o El Precio, Arthur Miller recibió múltiples premios literarios, como el Pullitzer que le fue otorgado en dos ocasiones. También fue galardonado en 2003 por el polémico Premio Jerusalén, el mismo que Antonio Muñoz Molina recogió ayer en Jerusalén. Coinciden las fechas. Coincide el premio. Coincide la ocupación de Palestina por el Estado israelí. Pero no coinciden las acciones. No coinciden los discursos. Ni la denuncia del Estado de Israel.

Aunque inicialmente consideró rechazarlo, Arthur Miller aceptó el premio Jerusalén porque, como informó a la prensa, “quería tener una plataforma para entregar un mensaje que en su opinión tenía que ser escuchado”. Miller no acudió a Jerusalén para recoger el Premio y su discurso fue pronunciado en diferido. En la alocución que envió por vídeo, Arthur Miller denunció la política colonial de Israel, el nacionalismo excluyente y la construcción de asentamientos ilegales. “Hace mucho tiempo, dijo Miller, que pienso que esta gran ira nacionalista va a llevar a Israel a su autodestrucción, como ocurriría en cualquier otro lugar, y sería perjudicial hasta para los judíos y para Israel, si alguien que piensa, como yo pienso, que esta ira está literalmente destruyendo la identidad israelí a los ojos del mundo y a sus propios ojos, decidiera callarlo”.
En su obra Después de la caída, Arthur Miller quiso presentar “el juicio de un hombre llamado a rendir cuentas, ante su propia conciencia, de sus valores y sus actos propios”. En su lecho de muerte, Arthur Miller no tuvo que arrepentirse por haber silenciado la colonización de Palestina, ni legitimado la limpieza étnica que practica Israel, ni intentado justificar su acto con declaraciones demagógicas sobre la supuesta “pluralidad” de la sociedad israelí.  Tampoco tuvo que rendir cuentas, ante su propia conciencia, por desconocer y descalificar al movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones. Este movimiento civil global no-violento que busca acabar con el Apartheid israelí, aún no existía cuando Miller recibió el premio. En el ámbito cultural y académico, la campaña de boicot contra Israel nacería un año más tarde, bajo el empuje de John Berger, otro reconocido dramaturgo de origen judío. El propio Berger es uno de los ochos escritores y artistas que en una carta abierta, han solicitado a Antonio Muñoz Molina que renuncie al Premio Jerusalén -solicitud que ha sido secundada por el movimiento internacional BDS, el grupo israelí Boycott from Within, la plataforma palestina PACBI, la red solidaria contra la ocupación de Palestina, y muchas personas a título individual-. 
Mientras esta semana, Muñoz Molina aparcaba la justicia para entregarse a un ejercicio de autojustificación a ultranza, otros intelectuales y académicos, encabezados por la profesora de filosofía y escritora feminista Judit Butler, han sufrido y soportado la presión ejercida por el lobby sionista de Nueva York, enfurecido ante el anuncio de que en la Universidad de Brooklyn, se iba a celebrar una conferencia sobre Boicot contra Israel. Víctima de una persecución que rozó la histeria colectiva, no muy alejada del argumento de Las Brujas de Salem, la Rectora de dicha Universidad, Karen L. Gould,  resistió las amenazas y garantizó que la conferencia se celebrara finalmente sin mayores incidentes. En un artículo que ha publicado en The Nation en respuesta a las acusaciones de antisemitismo lanzadas contra los organizadores y la propia Universidad, Judith Buttler afirma, en contradicción con lo que Muñoz Molina hoy ha declarado en entrevista con medios españoles, que Israel no es una democracia ni respeta la libertad individual ni acata el derecho internacional. 
Ignoramos si Arthur Miller cobró la cuantía económica que acompaña el Premio y el destino que, en este caso, le reservó. Pero sí sabemos, porque se encargó de proclamarlo a quien quisiera oírlo -y a quién no también-, que decidió aceptar el premio con el único propósito de denunciar públicamente la ocupación israelí de Palestina. De haber existido en 2003, la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones contra el estado de Israel, caben pocas dudas sobre el apoyo que Miller la habría brindado. Porque a Miller le movían valores universales como la igualdad, la libertad y la justicia.
Hoy Muñoz Molina consigna en su blog “Qué alivio, haber vuelto a la habitación del hotel, con su balcón que da a la colina ciudad antigua, que se parece mucho a la colina de la Alhambra vista desde el mirador de San Nicolás”. Resulta casi increíble que tras haber sido oportunamente puesto en antecedentes, el escritor no mencione el estatuto de ciudad ocupada que tiene Jerusalén Oriental. ¿Tampoco habrá reparado en que Jerusalén trae reminiscencias de Granada, porque su Ciudad Vieja al igual que la Alhambra, es árabe? Y seguirá siéndolo a pesar de las muchas demoliciones y remodelaciones que la Municipalidad israelí ha realizado, ayudada en eso por un ejército de arqueólogos y arquitectos empeñados en demostrar que los hebreos tienen el monopolio cultural e histórico de una ciudad tres veces sagrada.
Muñoz Molina afirma que “un cierto número de presuntos partidarios de la paz y de la justicia desde la seguridad de Europa, de España, manifiestan un odio de una furia verbal y de una intensidad que él no había experimentado nunca, o casi”. Como Red Solidaria contra la Ocupación de Palestina queremos aclarar que las cartas que han emanado del movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (han sido publicadas en nuestra página web www.nodo50.org/causapalestina) difícilmente podrían haber contenido odio, furia o amenazas, como también hemos leído en algún diario. Porque desde sus inicios, se define como  un movimiento no-violento que lucha contra la discriminación, el racismo, la colonización y la intolerancia. Integrado por defensores y defensoras de derechos humanos y de la legalidad internacional, el movimiento BDS ha demostrado su disposición a intercambiar, exponer y contrastar argumentos.
Lamentamos profundamente que Muñoz Molina no haya respondido a la invitación de diálogo que la RESCOP le envió el 21 de enero por correo electrónico y por carta entregada en mano en la Universidad de Nueva York donde es profesor. Nos consta que tampoco contestó a Boycott from Within, un grupo de activistas israelíes cuyo compromiso con la paz está más que demostrado, porque tienen el valor y la honestidad de denunciar en su propio país el Apartheid que ejercen, sobre la población palestina, las autoridades israelíes. Las mismas que Muñoz Molina tilda, tan generosamente, de democráticas.
No procede elucubrar sobre los motivos de Muñoz Molina para aceptar el Premio, ni sobre aquellos que le han conducido a pronunciarse en contra de la campaña internacional de boicot contra Israel, sin preguntarse siquiera por qué la defienden personalidades como el Relator especial de Naciones Unidas para los Territorios Palestinos, Richard Falk, o el Premio Nobel de la Paz, Desmón Tutu. El escritor ha anunciado que donaría los diez mil euros del premio a una ONG israelí. Muñoz Molina haría bien en considerar que para el pueblo palestino, que ya ha sufrido tanta ocupación, desposeimiento y humillación, sin denuncia, no hay lavado de cara que valga. 

No, definitivamente: Muñoz Molina no es Miller. 


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